Uva - historia, producción, comercio

Las orígenes de la vid y de la uva son tan antiguas que se hunden en la leyenda: algunas de ellas hacen remontar el origen de la vid hasta a Adán y Eva, afirmando que el fruto prohibido del Paraíso terrenal fuera la suculenta Uva y no la anónima Manzana; los primeros testimonios de la práctica de la viticultura nos llegan del Génesis (cap.9) cuando Noé, acabado el diluvio universal, atracó a tierra, plantó la vid y se emborrachó con su embriagador vino. Viniendo a tiempos más recientes, son muchos los que afirman que la vid sea originaria de India, y que de aquí, en el III milenio A.C., se haya difundido antes en Asia y sucesivamente en la Cuenca Mediterránea.
Se piensa que se haya desarrollado alrededor del 7500 A.C. en la región trans caucásica, que corresponde hoy a Armenia y Georgia.
Desde entonces, hasta la era clásica, la cultura de la vid se difundió en casi todos los países del Mediterráneo y llegó hasta el Medio Oriente.
Se piensa que las vides Muscat y Syrah sean las vides más antiguas del mundo, como indica la etimología misma de sus nombres. Los restos arqueológicos hacen remontar los primeros experimentos de producción de uva y producción de vino al período neolítico (8000 A.C.): en Turquía y Jordania han sido hallados enormes depósitos de pepitas de uva que sugieren que se prensaban las uvas. Al tiempo, sin embargo, el vino se hacía desde uvas salvajes, mientras las primeras pruebas de algunas actividades de viticultura vienen de Georgia 3000 años después, en la edad de la Piedra.
En occidente el cultivo de la vid ya se conocía en Armenia (la Mesopotamia) dónde se cumplió la primera revolución de la humanidad, con el abandono del nomadismo por parte de algunas comunidades y el consiguiente nacimiento de la agricultura: se trata del área de la "Media Luna fértil", entre el curso de los ríos Tigre y Eufrate, tierra madre de los cereales y laboratorio del descubrimiento de los procesos fermentativos de los que descienden el pan, el queso y las bebidas euforizantes. Algunos jeroglíficos egipcios del 2500 A.C. ya describen varios tipos de procesamiento de la uva: en el antiguo Egipto la práctica de la vinificación fue tan consolidada que en el ajuar fúnebre del rey Tutankamon, 1339 A.C., fueron incluidas ánforas que contenían vino sobre las cuales se indicaban la zona de proveniencia, el año y el productor; algunas de ellas contuvo vino envejecido por bastantes años. De Egipto la práctica de la producción y del procesamiento de uva se difundió entre los Judíos, los árabes y los griegos: estos últimos dedicaron al vino una divinidad, Dionisio, el Dios de la convivialidad.
No se sabe con seguridad cuando haya empezado la viticultura italiana: los primeros testimonios en la Italia del Norte remontan al siglo X A.C., en Emilia. Es seguro que la vid es difundida actualmente en más que 40 Países al mundo, aunque más que la mitad de la producción mundial se haga en Europa (sobre todo España, Italia y Francia).
En el corazón del Mediterráneo, siempre alrededor de los siglos XII-XIII, la producción y el procesamiento de uva empezaba de Sicilia su viaje hacia Europa, difundiéndose antes entre los Sabinos y luego entre los Etruscos, que eran hábiles cultivadores y vinificadores y ampliaron el cultivo de la uva de Campania hasta la llanura del Po. Entre los antiguos romanos el procesamiento de la uva en vino asumió notable importancia sólo después de la conquista de Grecia: la inicial separación se convirtió en gran amor al punto de insertar Baco en el número de los dioses y de hacerse promovedores de la difusión de la viticultura en todas las provincias del imperio. El nacimiento del Cristianismo y la consiguiente decadencia del imperio Romano, señaló el principio de un período oscuro para la uva y para el vino, acusado este último de llevar ebriedad y placer efímero; a eso se sumó la difusión del islamismo en el Mediterráneo, entre el 800 y el 1400 d.C., con la misa al bando de la viticultura en todos los territorios ocupados. Por contra fueron precisamente los monjes de aquel período, junto a las comunidades hebreas, a continuar, casi de manera clandestina, la viticultura y la práctica del procesamiento de la uva para producir los vinos que usar en los rituales religiosos. Hará falta en todo caso esperar el Renacimiento para hallar una literatura que devuelva al vino su papel de protagonista de la cultura occidental y que vuelva a decantar sus calidades.
En el siglo diecisiete se afinó el arte de los toneleros, se hicieron menos caras las botellas y se difundieron los tapones de alcornoque, que contribuyeron a la conservación y al transporte del vino, favoreciendo así su comercio.
El siglo diecinueve ve consolidarse la distintiva y extraordinaria posición que la uva y el vino ocupan en la civilización occidental: a la tradición campesina empieza a acercarse la contribución de ilustres estudiosos que trabajan para la realización de uvas y vinos de siempre mejor calidad y bondad.

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